De la provechosa soledad: a propósito de un poema de Rosa Cruchaga de Walker

Por Julio Rodajo Ureta

Sé que el título de este artículo puede resultar confuso. Es bien sabido que el estado de aislamiento puede ir de la mano con la depresión, la ansiedad, la negatividad, la falta de interés por actividades y compromisos, etc. La soledad también está emparentada con la incapacidad de expresión y comunicación de emociones, opiniones y/o experiencias. Sin embargo, es una cuestión subjetiva que no puede medirse, como la noción de poesía enseñada por el profesor John Keating en El club de los poetas muertos. Por lo mismo, es posible experimentar efectos positivos en la búsqueda de lugares o espacios donde la soledad, antes que un castigo, supone un requisito para cultivar los impulsos creativos.

La creación artística y el lenguaje poético son aspectos vitales para la especie humana que nos acercan en una comunión estética, que manifiestan la pasión y el entusiasmo por hacer de la vida algo extraordinario, aunque la palabra esté cargada de melancolía. El poema es una creación que se inicia, por lo general, desde un Yo, desde la soledad de la persona en sintonía con el mundo, pero en diálogo con el papel; en un acto que pretende develar a través de palabras un recuerdo, un sueño, un fenómeno imaginado, un nuevo saber o una experiencia universal que, en suma, intenta enunciar la intrincada fragilidad de la condición humana.

La ocupación literaria, sin duda, reviste el peligro de la obsesión por la búsqueda de un lenguaje poético que demanda el aislamiento reflexivo. Como las monedas que se deben entregar para cruzar el Aqueronte, la soledad es el precio que debe pagar el escritor en su lucha contra el tiempo, que es el epítome de lo que desaparece, sucumbe o se desintegra como recuerdos de trenes en su propio movimiento. La soledad puede ser un lugar común, pero es ahí donde se divisa el espacio único e indisoluble de la conciencia, en sintonía con nuestro espíritu creativo. Es el encuentro de nuestra propia voz en consonancia con las voces de nuestra cultura.

Creo que ese encuentro es evidente en la obra de la poeta chilena Rosa Cruchaga De Walker, sobre todo en su poema “Trenes”, que se enuncia desde una nueva perspectiva ante la soledad y que nos invita, cargada de optimismo, pero también de nostalgia, a conmovernos ante la pugna entre lo estático y lo transitorio. Sin importar lo que permanece o lo que se fuga, la experiencia de la palabra poética es siempre el testimonio vital de nuestras fugaces impresiones frente al paso del tiempo.

TRENES

He pasado la vida viendo irse las gentes

y quedar los pasillos y volverse los trenes.

He cerrado el balcón y he enfundado los muebles

cada vez que se van los que quedan presentes.

.

Como las realidades no son satisfactorias

las compenso invitando a gentes ingeniosas,

y mi risa me suena a grito de gaviotas

cuando parten mecidos por las últimas copas.

.

Voy pasando la vida como quedan los puentes,

remecidos por siglos pero inmóviles siempre,

empezando en la orilla de los sauzales verdes

y siguiendo en el humo que dejaron los trenes.

.

*Poema perteneciente a Bajo la piel del aire (1978)