
Alejandro López Pomares (Orihuela, España, 1983) es escritor, poeta, profesor e investigador. Licenciado en Antropología Social y Cultural y en Biología, gestor del patrimonio cultural, natural, artístico e histórico. Autor de la novela La mirada perdida (Celesta, España, 2017) y del poemario La soledad tras el ruido de fondo (Ars Poetica, España, 2019). Es editor y redactor de la revista literaria digital La ninfa Eco. Ha desarrollado los proyectos digitales Instrucciones para una obra de arte y Un pueblo bot a bot. Incluido en las antologías Empireuma. Revista de creación, Especial año XXX (Orihuela, 2015) y Encuentros con la poesía en la Casa Natal de Miguel Hernández. 27 poetas (Fundación Cultural Miguel Hernández, Orihuela, 2019).
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ES DE NOCHE Y NIEBLA
La calle desierta, es de noche y niebla,
los ojos jadean los coches
imploran en su descanso
chatarra bañada en lodo,
cuero perfilado todavía tierno
entre los brazos de una madre,
al calor de las oscuras cautivas sombras
al fondo de la caverna,
de cara a la caverna,
ciegos pasan la noche,
niebla, calle desierta,
pasos que vuelven a casa,
mejillas surcadas
ante una pantalla
detenida
a mil fotogramas por nada,
pasos al batir de las alas,
eco, de noche,
las calles desiertas, las sábanas
bañadas se hunden y pesan,
es de noche y niebla,
los escaparates añoran,
las farolas se funden y curvan,
los coches se oxidan y los minutos,
a mil olvidos por mirada,
se escapan de los ojos
de aquel maniquí
que ve noche a noche
el caminar de las sombras
y todavía se impresiona.
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EL MANTO DEL TIEMPO
El olvido se apiadó de mí, seco en la arena.
Con su larga melena y dedos de espuma
me esculpió de mármol una estatua
en el borde del mundo.
Oye mi voz, mar adentro,
y si no la entiendes tampoco importa.
Es voz de fuego y tierra,
voz que arde y tiembla,
que se esfuma y desgrana.
No me empujes por la espalda, vida mía,
embrida mi alma a tus ojos de loca,
tu boca con su sismo destapa un espejo de lava,
que rompe el cristal y no el reflejo.
Si doy un solo paso,
caigo,
pero contiene el suelo mi huella
por la vida que le va en ello,
por la mella que dejó el tiempo
al soltarse de mi mano.
Se arrimará el cruel invierno, que me eriza
los pelillos de la nuca
con su gélido beso,
y me trae el recuerdo un verso oxidado
que debí escuchar de tus labios de loca:
«de tiempos de gloria están
los presentes llenos
y las tumbas vacías».
Y qué me dices yo aquí solo,
erigido de vuestra desgana,
soportaré mi ansiedad,
porque ni se engendra
ni se agota la ausencia.
Solo bajo mis pies
y mis sostenidos ojos en vela,
columna de apoyo al viajero,
se prolongará el tambaleante
manto del tiempo.
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ESTA PEQUEÑA HABITACIÓN Y SUS CUATRO PAREDES
La habitación es pequeña, la ventana
y la cama crujen con sólo el viento besarlas.
La música que oigo me delata y la desato.
Se demora la lluvia,
se hiela mi pupila bajo un relámpago
que agoniza a diez metros sobre la tierra,
el sigilo de una ciudad en el punto de mira,
un bar que cierra
y un semáforo se debate entre detener el tráfico
o dejarnos caer ciudad adentro
se escuchan las pisadas
mientras una bombilla parpadea
un pasillo abandonado y la foto de alguien,
tu incertidumbre y la mía pasean agarradas de la mano.
Las ciudades aúllan bajo el asfalto,
mírate en los charcos con esa cara descorrida
bajo una lluvia que huele a lluvia
y un viento que suena a lamento.
La poesía es un mar de dudas,
desbordándose por nuestras calles
y yo sólo alguien que se aferra
en el punto de mira
la foto de alguien
se ahoga sin motivo
sin palabras
sobre los charcos con mi cara descorrida
y yo sólo alguien que se ahoga.
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LÁGRIMAS DE BARRO
No puedo cerrar los ojos
en la noche el rumor de los truenos
la levedad al otro lado de la cama
en la nuca el aire frío y un silencio.
Sé que sonríes.
Y caen lágrimas de barro
que bañan las piedras y recuerdos
y un marco de fotos
desde el que grita una niña
y silban el paso del viento
llegarán los días largos y mi ventana
volverán las aristas de nuestros
edificios en ruinas a aflorar
cuando los peces beban las aguas
y nuestro pasado sentado a la orilla del río
finja con el perfil de su mano
el mecer de las ramas
y tan sólo nos queda…
pensar que…
Sí, sé que sonríes
no sé qué espero
aferrado a la almohada, al borde de mí mismo
arranco hojas de un calendario
de años que están por llegar
y las dejo caer
y tan sólo nos queda…
cruzar los dedos ante esa sonrisa tan tuya
esa cara de delirio
que no sabes si lloras o sonríes
o lloras y sonríes, destino,
si sonríes y lloras.
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