Tres poemas de Jerónimo Villa

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Jerónimo Villa (Medellín, 2001)

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Tensa calma 

Tengo algo como una tensa calma.
Algo parecido a la nube gris
que no suelta ni la gota ni el rayo.
Algo como el perro erguido, que mira fijo,
pero no ladra ni corre. 

Tengo, también, un miedo dentro de mi miedo.
Algo mayor: una hipérbole que aterroriza.
Miedo, sobre todo, a esa tensa calma
que es y no es, que ahoga y respira. 

Qué terrorífica es la calma
cuando sabes que el miedo
viene con paso firme
y sabes que viene, no cuándo, pero viene. 
¡Tengo miedo de mi miedo!,
¡no soporto esta calma maldita
que ablanda lo horrible que ha de venir!

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El miedo de mi padre

Mi padre sigue el camino de su padre,
y su padre siguió el camino de su padre.
Así, hasta el primer Adán.
Todos vieron los mismos prados
y todos llevaron la misma carga;
todos fueron — y serán— uno.

Mi padre me regaló la sombra
para convertirla en luz: me regaló su miedo.
El miedo de mi padre, de su padre
y del padre de su padre. El miedo de Adán.
Un miedo tan puro. Un miedo tierno.

Padre, recibo tu regalo.
Ahora mis miedos —tus miedos—
serán un vínculo más fuerte que la sangre.

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En mí

Llevo el peso de la humanidad en mis hombros;
filtro el dolor de sus habitantes,
y no soy ser mitológico,
pero en mi se renueva la energía.
 
Yo contengo la magia espiral
de la vida alegre, de la vida triste.
Encarno la dualidad,
y canto a mis cofrades;
y bebo de la copa compartida,
y bailo a nuestros ancestros.
 
Pasan por mis venas sus gritos,
en mi mente reposan sus recuerdos,
sus sonrisas exacerban mi ánimo.
Llevo el peso de la humanidad en mis hombros;
en sus sueños veo los míos,
y con mis compañeros de viaje
busco alicientes para el camino.

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