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Por Sebastián Núñez Torres
Hace algún tiempo se me propuso escribir un esbozo panorámico sobre la poesía contemporánea en Latinoamérica, continente de grandes artistas y de nombres tutelares en la lírica mundial. Hablar desde una posición abarcadora, tendiente a una lectura totalizante, supone para mí una ambición desmedida. No obstante, percibo con la avidez del testigo y del practicante en la búsqueda de significación desde esa voz en el asombro que es la poesía, un panorama de incertidumbre social en que las expresiones del arte, y en particular la palabra poética, son hoy más relevantes y necesarias que nunca.
Esto se debe en gran parte a la necesidad de nuevos mitos redentores, nuevas épicas para los tiempos alicaídos que corren sin dirección y que reclaman un derrotero por donde encaminar los esfuerzos humanos hacia el paradigma de lo impensado. Jorge Teillier fue enfático al declarar que la poesía es la guardiana del mito por excelencia y que la literatura y el arte son aspectos imprescindibles para la experiencia humana. La crisis sistémica actual, cuyo síntoma de decadencia se expresa en la presencia diseminada de la enfermedad y la devastación de nuestros recursos naturales en favor de una acumulación irracional de riqueza impulsada por la codicia, ya ha demostrado sus efectos perniciosos en el corto y mediano plazo, especialmente por carecer de una noción ecológica y racional, en el amplio sentido de los términos, como su principio fundante. Dicho escenario, que apela a una profunda toma de conciencia de nuestra especie, ha obrado en Latinoamérica como un aliciente para poetizar las utopías que decanten en un sueño que la humanidad persiga, a fin de revertir el curso frenético y autodestructivo de nuestras sociedades.
No es de extrañar, ante este escenario poco alentador, que escritores consagrados en la poesía latinoamericana como Rafael Cadenas, Gioconda Belli, Raúl Zurita u Olga Orozco, entre otros, gocen de una popularidad renovada. En sus obras, con los distintos matices que las caracterizan, se adivina esa búsqueda intuitiva del escritor volcado a la creación de valores estéticos perdurables, resultantes por lo general de un trabajo largo y dedicado de lectura, reflexión y escritura. Me entusiasma afirmar que, honrando ese compromiso telúrico con la palabra, nuevas voces emergen en Latinoamérica, herederas de una tradición poética desplazada por insustanciales modas literarias o por antojos del mercado académico-editorial y su concepción mediática de toda experiencia. Como pájaros que dormían esperando a que aclare la tormenta, esas voces se han alzado con determinación y hoy, ante un futuro espectral, comienzan a resonar como un nuevo reducto para el mito y como el antídoto para las miserias de nuestra época.
Entre un coro multitudinario de voces, me gustaría destacar algunas de las que admiro y valoro, tanto por sus trabajos de composición como por los temas y formas que asumen. En Chile, por ejemplo, Margarita Bustos, Gabriela Paz Morales y Daniela Sol, son escritoras que debiésemos leer más, en lugar de otras que deben su prestigio más a la corrección política y a su apalancamiento académico y mediático, que a la calidad o el mérito de sus versos. Lo mismo (que debiésemos leer más) podría decir de Catalina Villegas (Colombia), Erick Ramos (Perú), Giselle Caputo (Paraguay), Úrsula Alonso (Argentina), Melissa Sauma (Bolivia), Cristina Pavón Burbano (Ecuador), Álvaro Ruíz (Chile), Daniela Pérez (Colombia), Patricia Iniesto de Miguel (España), Marta Jazmín García (Puerto Rico), y varios otros que conformarían una lista considerable. Y como el acto de nombrar es una invitación tácita, les invito a leer y dialogar con estas nuevas voces de la poesía en español.
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