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Erick Ramos (Lima, 1982)
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Sobre la siembra de vientos
Usted me pregunta cómo me preparé para la guerra.
Pues le diré: soñando con pájaros.
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Enormes pájaros indios, follajes alados,
fulminantes estallidos de mar, de
océano y osezno, cuerpos erizados de anchas soledades.
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Pájaros cruzando valles, piletas
de piedra como amatorios donde siempre
brotan crepúsculos y arenas.
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Y agua del color de la carne, coronada
con minerales de cansada corrupción.
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Pájaros como sables, con el vientre
lamparado de ceniza.
Semidesnudos, altivos, pendientes de un beso.
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Soñé para defenderme, antes del ataque,
devorando el vuelo en su ansiosa curva.
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Pájaros como mujer que reina.
¡Ave mujer de muerte y planeta!
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Pájaros anunciantes, serenos, sonantes y de hielo.
Soñé con pájaros como oscuros portales, como
residencias vegetales o
sitios de salvaje selva boreal.
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Pájaros imanes, pájaros entre
misiles, hechos misiles de luna,
reclamando territorios de perla sudoración.
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Trincheras sobre la montaña
como ángeles homicidas.
Zanjas donde dormí
el cadáver aullante de la pasión.
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Sueños como pesadas dillas, como
voladas criaturas de censo y pulsación delirante.
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Le diré algo más.
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Para que la guerra no se
provocase, para que no se incendiara la
semilla, para que no se
anunciase en el foro de una plaza, soñé el diámetro del sol
del dinosaurio cacareante.
Y todos fueron aves de salvación y
rapiña, de caza y espejismo,
de noventa grados norte, de marea
constante sobre un dolor.
¡Llagas aves de laberinto y corazón en el ala de un carburante!
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Aves como naves, barcos
decorados por deliciosas presas,
armadas de neblinas, ensambladas
como arcos y hombres.
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Soñé, pues, con la absoluta
convicción de que así sobreviviría al embate
de la artillería pesada, cañones
abandonados a la orilla de una playa que la lluvia hiere.
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Y soñé además como si mi mismo
sueño acabara en pluma de magnánimo concierto.
Sueño de violín entre árboles
haciendo nido donde acaba el mundo.
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Y así, cuando llegó la guerra, me vi en la escena de la
marcha, pájaro en mano, listo para matar.
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Y lancé al enemigo versos y piedras.
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Cementerio sentimental
Es ist noch eine Ruhe vorhanden dem Volke Gottes.
Heb 4:9
Inscripción del frontis del cementerio de Finkenwerder
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Ay, mi cementerio sentimental.
Corazón acenizado.
Ahuyentado corazón que se copila
las retumbas puercas de mi tiempo.
Me siento cómodo cuando sobre tu mármol
me siento.
Me siento y me siento parte de este mudo.
De su pájaro pavo, su mar alunado,
su espada cruzada.
Sobre las olas de este cielo
crece el desierto de mi sien.
Ay, mi cementerio.
De niño vi morir a los vivos.
De viejo sueño el sueño de los
que van a.
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Recuerdo, en toda su carne, la lejana
oveja, su soledad que pastaba
lo mismo que yo un campo de arena.
Su fiesta entre hombres bebidos y
cuarteados bajo el metal
de la noche, bajo su
flama planeta de lámpara pobre.
Ahí llegué tarde, como
todos, al banquete del sarcófago.
Ahí reconocí la magra
distancia del alma que huye, pues
nunca pude guardar
el domingo en su clavo humano.
Eran cortejos fúnebres de desierto.
Bulliciosas procesiones
de coronas, que la lluvia
había pintado
con la tierna mano parda de su
hacha.
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Horror, el horror de saber que
antes de la muerte le toca
a uno vivir una vida.
Ay, mi cementerio; yo
atravieso tu jardín ensimismado,
como quien ata a la testa
duras lagunas de leopardo.
No veo entre tus árboles sogas
ni cuellos torcidos, sino
tiempo colgado
del mundo, a donde una
piedra llega como llamando
las ultratumbantes
marchas del ocaso.
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Es el mismo mar, como una
forma de amor infinita
que cesa
donde los párpados se cierran.
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Por todos esos hombres
de sótano y sotana; todos
aquello cadáveres errantes
que cargan una cruz
de diamante y se les encalva
el pecho de sínodo apestoso.
Ay, mi cementerio
súbito, mi carne ontana
lapidándose con besos de
aluminio, con el
pesado dolor que pone el cielo
sobre el hombro.
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Yo te libero de tu campo,
de tu santo reposo; yo te
desato de tu amarga
cebolla, de tu plano
hemisferio, tu gotita de nada.
¡Qué sería de mí, oh, mi cementerio
arenal; qué sería yo sin ti,
sin tu pata garrienta
sobando la panza de esta tarde
cenicienta sobre el
mundillo el ojo!
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Eugenio, Samuel tumbado bajo
las palmeras
humeantes de la piedra.
Clorinda entre cortinas y
Zoila detenida como neblina
en la boca y
mi hermana durmiendo, y mi
hijo saliendo del útero
de una bala.
Mis hermanos en las sillas
rodantes de la oficina,
muertos de siesta
babeante.
Muertos, como yo, en la distancia
de un instante, en que toco
con el dedo la malva espuma
de esta costa.
Mi muerto mañana; mi
muerto ayer entrando al día.
Todos ellos salvándose
del odio cruel del otoño
que punza el codo
de este corte, y
siembra siempre sombras.
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Es la revancha del hombre, su
agitado ser que pía,
su tensado músculo absorto
en el vaivén de la sierpe.
De acuerdo con el cariño
del muerto, solo se bebe de noche
el trago temido.
Se hace serena la sala sola de
comensales abyectos; pero
nadie ha de levantarse
de la mesa, nadie ha
de irse volando, porque de
bacanales y espectros
su gama se hiela, como
tumba en la que todos entramos.
Como muerto que muerde
un amor de primavera y
le crece un mar hacia adentro.
A, mi cementerio, tú me conoces.
¡Ay, cómo me conoces!
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Padre, en tu nombre…
Padre, en tu nombre
colmo el cosmos de
quemadura.
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Es el agua viva de tu pandemonio lo
que me asedienta.
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No es el mar lo que
tiembla, sino
tu carne sobrevolando.
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Mar por donde caminaste,
demonio ciego.
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Y yo queriendo siempre besar los funerales
de tu escenario.
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¿Qué infierno se acuarela
en las playas negras de tu
amor?
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