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Cristina Pavón Burbano (Quito, 1991)
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Huérfana
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A Georg Trakl
Padre,
La noche está herida, gime como un animal
Y las huestes del tiempo huelen mi miedo.
En la superficie oscura los cántaros se parten
Derramando la sangre de los pájaros.
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En la aldea de la huérfana,
Los niños se marchitan ante la voz de un dios sodomita.
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La niña viento
Busca dormir en los campos.
Oye cómo los ángeles lloran desplumando sus alas
En un sacrificio de amor.
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Hay un lugar en tus ojos, padre,
Donde las lámparas de aceite alumbran,
Cubres con hojas de otoño mi desnudez
Y el agua se tiñe de luna
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La huérfana danza en los negros arbustos
Que coronan tu frente.
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Padre
Mi cuerpo rueda en el campo de rastrojos
Mientras la lluvia negra comienza a caer.
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Desde la tumba, padre,
La novia del viento nos cantará a los dos.
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Padre,
Detrás de mí
Los dementes muertos hieden.
Asaltaré el bosque
Para buscar a la huérfana y a la hermana que perdiste.
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Padre, lloverás siempre en mis ojos…
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Llora la huérfana,
La huérfana
Es mi espejo
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Padre, arroja mi cuerpo a las parcas
Para que tejan la nueva humanidad con mi carne.
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La noche: ese insecto negro
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Hay un cuerpo inmóvil sobre la tierra blanda
una paloma invadida
por una legión de ciempiés que beben su canto
y arrancan su vuelo.
Así la soledad engulle mi almohada
y repta sobre este cuerpo que sueña solo.
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Sobre el sueño
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Todavía conservo un pedazo del territorio perdido
Las murallas mohosas que levantó la guerra
Los campos arados
Donde sembraron cabezas de niños celestes.
Todavía conservo, mis manos deshabitadas de pájaros,
Mi ombligo como recordatorio constante de una tumba
Donde solo brota mala hierba.
Conservo, mis senos intactos para mantener el equilibrio del mundo,
El corazón del sol
El cielo rojo teñido por las bocas de las mujeres que no soportaron el castigo del clero.
Todavía conservo, la violencia del mar en mi lengua
Un espíritu decantado en las olas,
El grito del hombre roto.
Conservo, una rótula partida que suelta esporas de luz
Y a los elefantes que acarician huesos secos y lloran.
Conservo también unos ojos que me sirven como puerto
Donde me anclo, y me sueño desvanecida
Hasta que llega la bruma lenta del despertar.
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