Acerca de «Nombradero» (2022) de Yanina Audisio

Por Claudio Guerrero Valenzuela

Nombradero viene de la familia etimológica de antonomasia, aquello que merece su nombre más que ningún otro de su especie. ¿Qué es lo que se merece nombrar en la poesía de Yanina Audisio? ¿Qué es lo que la poeta renombra? Es llamativo en este libro una estructura que fija su atención en 24 conceptos, la mayoría de ellos de orden abstracto y que pueden ser pensados de manera secuencial: una línea genealógica que va desde un origen, la primera materia para la creación, hasta el futuro. Entre medio, asistimos a la creación de un mundo que viaja por el cuerpo, la desnudez, el frío y el dolor. Lo que se nombra, por tanto, es una lengua cruzada por un afecto: “Una lengua llovía donde refugió la sed / su quemadura”.

La voz poética de estos textos, que dice de sí tanto “Yo sé del frío” como saberse “criatura espesa”, propone un doblez que permite pensar dichas realidades en principio desprovistas de historia, desde un lugar que posibilita un asedio a la experiencia, haciendo estallar las significaciones e imágenes hacia diversas realidades expresivas. La nominalización, visto así, se vuelve un acto fundante de una realidad nueva, un universo que comporta sus propios códigos. Poesía genética, estos versos buscan recomponer la memoria del frío:

            Patrimonio entre dos fríos

            la tierra por su parte se estaba poniendo líquida.

            Nos estremecimos como caimanes recién nacidos

            bajo la alta lámpara del día.

            Aturdidos por oler y haber hallado

            el blanco se encendía de insectos.

            Se entronca con esta génesis una presencia atiborrada de insectos y animales que pueblan el espacio poético que remarca un espacio de afuera en contraposición al del cuerpo adolorido o enfermo. Se trataría de un bestiario que recalca la parte animalesca o exploratoria de la experiencia, cierta primitividad enraizada en una acción primera del cuerpo:

Se trata de amar a las bestias o huirles.  

Incluye la lenta observación de la pelambre

creciendo pulgada a pulgada en la lumbre terrible del espejo.

            La enumeración de perros, osos, tigres, puercos, orugas o “las ligeras criaturas del aire”, entre otros, sitúa la experiencia poética en torno a una canción animal como símil o comparación de la canción del cuerpo y de la memoria que aquí se teje. No deja de ser casual, entonces, que el sentimiento de desnudez predominante proporcione la idea de una coraza, un refugio o registro, pero también de fragilidad, interrogantes y caos.

            La lengua cumple, visto así, una función ordenadora del mundo. No solo en el acto de nombrar como acto de creación, sino que también en eso de hallar la palabra precisa que permita distinguir la realidad que acude al poema como promesa, como futuro: “allí, nombraré mi frío como otro viento”. A ese voto de futuro nos lleva esta poesía a la que habrá que seguir atentos, a seguir ese otro viento -calmo o revuelto-, de una poesía que sigue construyendo una lengua.

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