
Por Gabriela Paz Morales
Enigmática, talismánica y metafísica, esta poeta argentina de la generación del 40, con más de 18 obras a su haber, una frondosa labor periodística, laureada por diversos reconocimientos internacionales, entre ellos el «Premio de Literatura Latinoamericana Juan Rulfo», me parece importante de relevar en la actualidad porque nos recuerda el poder de lo inclasificable, aquello que solo la poesía sabe nombrar, sin decirlo.
Muchas veces me han preguntado qué tipo de poesía me gusta o qué busco en la poesía. La respuesta para mí es sencilla: “volarme la cabeza”, derribar los planos, acantilar los meridianos que sujetan las ideas. En la poesía busco seducción, busco incendio, busco todo aquello que la línea cauta no me ofrece, busco un bisturí que rasgue la quietud de lo dicho para ser entendido en solo una dirección. No hablo de aquel acantilado surrealista de escenarios artificiales. No. Busco ese lenguaje intencionado, labrado como una joya, construido como un arma, con la fuerza de una bala y Orozco me ofrece todo aquello.
Olga, quien eligió portar el apellido de la madre, de hipnóticos ojos verdes y gran humor, según sus cercanos, fue un personaje poético perse, una metáfora plástica de sí misma, la cual se deslizó entre planos de identidad. Su palabra fue la artillería para multiplicarse desfasada a su antojo, como si jugara a desmaterializarse entre las dimensiones de lo posible, como si la realidad vestida por los ojos no bastase.
Y es de aquello lo que precisamente da cuenta su obra poética. Influenciada por Arthur Rimbaud, Charles Baudelaire, Gérard de Nerval, Czeslaw Milosz, Rainer Maria Rilke, entre otros. Fue su abuela, María Laureana, uno de sus mayores referentes. Ella la sumergió en sus intereses vinculados a la cartomancia y todo aquello no explicado en la escuela. Son esos relatos esotéricos, junto con las experiencias de infancia, lo que se imprime como un sello identitario y evidente de su trabajo escritural.
Lo que se sumerge entre las cosas, lo sagrado y lo místico, es un eje transversal de su obra. Al punto de que Orozco llegó a ritualizar el escribir, pues lo hacía con una piedra en cada mano, una de la tierra natal de su padre, la otra de la tierra de su madre y una tercera que le regaló un amigo de la infancia, de Toay.
Si bien a Olga Orozco se le ha encasillado majaderamente como una poeta surrealista, por los temas que abordan sus poemas, parapetados por el vértigo de los sueños, por su relación poética con Oliverio Girondo y Ulises Mezzera, entre otros cruces y afanes de casilleros literarios. Yo declaro, de manera tajante, estar en contra de tal etiqueta reduccionista. E incluso, manifiesto que aquella es una irrespetuosa clasificación, pues supondría un artificio azaroso de lenguaje en su obra, como si la poeta pretendiera acantilar por magia la palabra, sin un fondo tras ella.
Me aventuro a decir que establecer a Orozco como una poeta surrealista es pasar por alto su espesor, ignorar las dimensiones que navegaban sus versos de multiplicidad simbólica intencionada, inteligente y caudalosa. “Construyo los poemas como un arquitecto” decía Olga. Y cuando alguna vez se le preguntó si era o no surrealista, ella de hecho declaró “no lo soy sino como una actitud ante la vida, por la canalización de elementos oníricos o la creencia en otras realidades que no son solamente el aquí y ahora, y la exaltación de valores como la justicia, el amor, la libertad. Pero nunca hice automatismo como los surrealistas; si lo hiciera, no terminaría en poema sino en plegaria”
Personalmente lo que me llama más la atención de Olga, es que existe una lógica interna transversal en toda su obra, como si un hilo la atravesara por completo. Ésta es, la trama de las artes oscuras. Aquellos saberes de fondos y principios desconocidos que buscan el sitio de los aconteceres en el universo, ese saber provisto de elementos innombrables. Y ante aquello, resultan ridículos e inútiles los intentos de reducción o encasillamientos dogmáticos. Solo Orozco tiene la palabra sobre sí misma.
……..OLGA OROZCO
Yo, Olga Orozco, desde tu corazón digo a todos
……..que muero.
Amé la soledad, la heroica perduración de toda fe,
el ocio donde crecen animales extraños y plantas
……..fabulosas,
la sombra de un gran tiempo que pasó entre
……..misterios y entre alucinaciones,
y también el pequeño temblor de las bujías en el
……..anochecer.
Mi historia está en mis manos y en las manos
……..con que otros las tatuaron.
De mi estadía quedan las magias y los ritos,
Unas fechas gastadas por el soplo
de un despiadado amor,
La humareda distante de la casa
donde nunca estuvimos,
Y unos gestos dispersos entre los gestos de otros
que no me conocieron.
Lo demás aún se cumple en el olvido,
Aún labra la desdicha en el rostro de aquella
……..que se buscaba en mí igual que en un espejo
……..de sonrientes praderas,
y a la que tú verás extrañamente ajena:
mi propia aparecida condenada a mi forma
……..de este mundo.
Ella hubiera querido guardarme en el desdén
……..o en el orgullo,
en un último instante fulmíneo como un rayo,
no en el tumulto incierto donde alzo todavía
……..la voz ronca y llorada
entre los remolinos de tu corazón.
No. Esta muerte no tiene descanso ni grandeza.
No puedo estar mirándola por primera vez
durante tanto tiempo.
Pero debo seguir muriendo hasta tu muerte
porque soy tu testigo ante una ley más honda
……..y más oscura que los cambiantes sueños,
allá, donde escribimos la sentencia:
“Ellos han muerto ya.
Se habían elegido por castigo y perdón, por cielo
……..y por infierno.
Son ahora una mancha de humedad
en las paredes del primer aposento”.